Vuelvo caminando cansado de pelear, no es una sensación nueva sino todo lo contrario, una sensación que aparece a menudo en los momentos que siento a pelear sinónimo de en vano. Camino por la calle Avellaneda que sintió mis pasos infinitas veces desde aquellas primeras tardes cuando era un niño al que mi vieja llevaba de la mano cual barrilete con revire caprichoso. -Siempre haciendo la contra. Sigue repitiendo. Miro atentamente tratando de archivar en mi cerebro todas las imágenes de los recuerdos de una parte de la vida que se esfumó con la velocidad del tren. Esa vida a la que le dediqué mi vida y que me preparó para lo que vendrá, para lo nuevo, lo desconocido. Pienso en mi ciudad al tiempo que recibo un mensaje en el que me invitan a tocar a cambio de «sanguchitos» de miga y algo para tomar en un bar de Chacarita. ¿Cuántos sanguchitos de miga vale la boleta de luz?. Pensé. ¿Cuándo? me contesté y sentencié el final de la discusión con un poco creativo -mejor no pensarlo. Mientras me hundo en mis propias discusiones camino con el caballo cansado de dar batalla con la utopía de querer un mundo mejor. Camino herido y defraudado por quienes estuvieron en primera linea de esta batalla junto a mí pero con la capacidad de intentar explicarle a mi mente que la vida no se hace con rencores pero sí con comprensión. Camino como un soldado desilusionado porque se dio cuenta que los generales pelearon solo por sus intereses y no por el bien común que promulgaban ante el pueblo. Me voy y con un ticket emitido por la compañia de nuestro presidente como si me sellara su exilio alegre y que, por supuesto, tuvo su marca personal al cancelarme el vuelo y reprogramarlo. Me voy, volví a decir pero como suele pasar ya no fue lo mismo que la primera vez simplemente por ser espontanea y natural. Me voy y ya lo dije tantas veces que parece el cuento del lobo porque en un abrir y cerrar de ojos el lobo que venía buscando apareció frente a mi.
Me levanté una tarde. El pecho me latía de una manera que nunca antes había experimentado en mi cuerpo. Tal vez esa sensación que nos hace buscar de manera desesperada un motivo para vivir. La miré a los ojos y sentí miedo pero un miedo hermoso al que los dos estuvimos contentos de enfrentar y decir: sí, tenemos miedo. La abracé intentando mantener mi imagen de hombre seguro y valiente con las cejas fruncidas y la mirada alta al horizonte, un hombre que se para frente a lo que vendrá. La caricatura italiana de un argentino tipo con mezcla de sangre calabreza y siciliana de la cual hago uso 100 años después para ser bienvenido en una tierra que todavía no siento mía. Entre en un tubo presurizado que tiene la propiedad de volar sobre los cielos de un mundo actual que busca poner en duda las creencias que tenemos incorporadas dándolas por ciertas a ultranza y desperté solo, al otro lado del océano y caminé en un inverno de febrero hasta que se me llenaran de ampollas los pies. Atrás habían quedado los veranos de febrero en los que recorría los pantanosos confines de la provincia de Buenos Aires mirando con mis propios ojos la desidia y el olvido que sufría a diario gran parte de la gente que me gustaba tener cerca. Mientras me alejo de los sentimientos me encuentro cerca en una ciudad que está lejos y que da muchas respuestas a preguntas que tenía pendiente responderme. Converso y llego a la conclusión que lo único que me cambió es entender de que coger y agarrar fueron sinónimos en el pasado de mi tierra y que hoy está funcionando un proceso de deconstrucción mientras le exigimos a la razón que reprima a la naturaleza y que nos haga progresivos al matar lo primitivo , lo natural, lo que somos, nuestra naturaleza y que en lugar de entender que es la fuente de conocimiento más grande que podemos llegar a tener la olvidamos y desacreditamos. El aire seco con olor a la África marroquí me sienta bien mientras camino perdido en un parque que me inspira y me doy cuenta de que traje una lapicera a pluma durante miles de kilómetros para que las primeras palabras que escupo en mucho tiempo sean escritas con un celular mientras que WordPress me las graba en tiempo real en la bendita nube para que después la edite con la computadora y se la comparta a quien quiera leer a lo largo de todo el puto planeta en el instante. Entendí, entonces, que el tiempo ha cambiado, que la decisión ya está tomada y que ojalá no se pinche la nube.