Aquella tarde el frío se estrellaba contra el vidrio de la ventana transformándose en vapor… aunque me encontraba del lado templado sentía el mismo frío calar mis órganos con dureza, no se trataba de una variación climática, sino simplemente de mis vapuleados sentimientos. Hacía mucho tiempo que deseaba morir, poner un punto final a una vida gris, rutinaria y llena de fracasos, de intentos y frustraciones, de sueños y despertares… Recordaba a diario la última vez que había visto a Vittoria, de blanco, embellecida por ésa luz particular que la iluminaba (por lo menos ante mis ojos), el frío y el caer de la tarde no era el escenario ideal para un suicida en potencia como lo era yo por aquel entonces. En un intento de expulsar los malos pensamientos, agarré un libro y comencé a leer, para mí desgraciada, como digitado por el destino, el primer párrafo hablaba de un suicidio, un hombre que estaba totalmente decidido a llevar a cabo un final espectacular, admirable, lleno de suspenso y emoción. Dejé el libro con el resonar del gatillo en las pesadas palabras de la historia y me metí en mi imaginación, me pregunté cómo me gustaría morir… lo primero que imaginé fue detonarme dentro del Banco Central como muestra de mi desagrado con un sistema que ahorca pero, seguido, imaginé a los medios inventándome un pasado terrorista y no me sedujo… descarté el disparo, el veneno, las pastillas, el tren y el salto al vacío por ser tan cliché como regalar una rosa por año de amor, ¿Hasta para suicidarse se puede ser cursi?, pensé al tiempo que dibujaba mi última sonrisa, la fantasía comenzó a excitarme más de lo normal y, cuando quise darme cuenta, ya estaba disfrutando de la idea… descartada la bomba en el banco, el salto al vacío, el tren, el veneno y el disparo, me quedé sin ideas originales para un suicidio de clase artística e innovadora… Me volvió a invadir la tristeza por culpa de esa búsqueda eterna de lo original y diferencial pero, cuando estaba encerrado, sin saber cómo salir, ¡bang! una idea apareció… podría suicidarme donando el corazón, ir caminando a un hospital y manifestar mi intención de regalar mi corazón pero, nuevamente, imaginé que generaría un debate entre médicos moralistas y otros que no lo son… Una discusión que llenaba de opiniones de terceros mi verdadera voluntad, también la descarté… En ése instante me desanimé, otra vez la angustia con dimensiones descomunales, me dejé caer en el sillón y me convencí de que no me iba a suicidar hasta no encontrar una digna manera… De repente, el timbre de mi pequeño departamento sonó, me sorprendió porque nunca sonaba, contesté y su dulce voz me llenó de alegría repentina, era Vittoria que me pedía pasar… Vittoria era una mujer que había generado una sensación única en mí, había sacado un payaso que estaba dormido en mi interior desde tiempos inmemoriales, había sacado mis temores y recelos al amor, tuvo el dicho de generar una inocencia extraordinaria en mis pensamientos negativos y extremadamente realistas, pintó de naranja los grises que habitaban, contentos, en mis vapuleados sentimientos. En aquel momento, entró y sonrió, llevaba consigo un olor a humo que me encantó, sus ojos estaban casi cerrados y su libido encendido, me besó y me dijo:
– ¿Qué hacías antes de que hagamos el amor?
-Pensaba la manera de suicidarme.
La dije con un dejo de frustración.
-La mejor manera es tomar un veneno que nos mate a los dos mientras estamos desnudos.
-Otra vez el cliché, esa historia la leyó el mundo entero. Romeo y Vittoria.
Le dije a modo de burla (con un tono que intentó ser italiano) mientras dibujaba un semicírculo con mis manos.
-Te confundís, ellos se amaban desmesuradamente.
Me besó y me sacó la ropa.
Al llegar la mañana desapareció como solía hacer, yo, seguí buscando la manera de morir.