Arboles de fuego para Navidad

Me llega el final de otro año gregoriano en el duro invierno del hemisferio norte pero mi cuerpo sabe que no es normal para él y se hace escuchar mientras me invade esa tristeza nostálgica que sobresale entre mis sentimientos cada vez que estas fechas se acercan lejos del calor y el olor a carne asada que va predominando en el aire de los barrios bonaerenses. Como es costumbre y sin razón aparente al terminar el ciclo de la naturaleza (que arbitrariamente llamamos año) los seres humanos nos hundimos a reflexionar sobre nuestros pasos dados e inventamos análisis, balances y conclusiones que buscan plantear objetivos para encarar el nuevo ciclo que la naturaleza nos pondrá delante de nuestros caminos. 

Este, sin embargo, es más especial que los anteriores para mí por el simple hecho de que una efeméride no me deja mirar para otro lado y hacerme el distraído, es necesario que interpele al hombre que hoy escribe estas palabras sin mucho sentido más que para mí. 

Se cumplen entonces veinte años del fatídico diciembre de 2001 en Argentina. Durante aquellos tiempos yo era un chico de catorce años que todos los días después del colegio jugaba al fútbol en las divisiones inferiores del Club Atlético Quilmes. Como muchos chicos argentinos de esa edad creía que la única manera de escapar a la eterna vida de trabajador mal pago y vapuleado era tener destreza en el deporte si no contabas con una estirpe de doble apellido u oligarquía criolla. Mi estirpe, por el contrario, era de inmigrantes a los que el suelo argentino y sus políticas de justicia social les había dado la posibilidad de ascender lentamente dentro del entramado social hasta tener nuestro propio departamento en el que vivíamos en el corazón del barrio de Flores (actualmente conocido por ser el barrio de Bergoglio hoy transformado en Papa aunque yo siempre preferí decir que también fue el barrio de Roberto Arlt), una barriada situada en el corazón geográfico de la Capital Federal donde conviven desde las clases más bajas hasta las clases medias/altas aspiracionales y oficia de centro de distribución del transporte (nodo de conectividad es la forma correcta de llamarlo pero no me sale decirlo así), pasan más de veinte líneas de colectivos, una línea de ferrocarril y dos líneas de subterráneos dentro de un puñado de metros lo que convierte a la zona en tierra de todos y de nadie al mismo tiempo. Desde ese punto, entonces, todas las tardes mi vieja se ponía al mando de la nave, un Renault 9 del ´95 que mi viejo cuidaba como oro pero nosotros nos encargamos de destruirlo y que funcionaba a Gas Natural Comprimido (GNC) para poder financiar los costos de combustible que en ese entonces eran imposibles de afrontar para movilizarnos todos los días a través de los 40 kilómetros que separaban nuestro barrio de Flores de las playas del agua del Río de la Plata que bañaba las costas del predio deportivo del Club Quilmes como a los márgenes de dignidad de las casillas de chapa que se erigían en los alrededores del club. Había tres caminos que podíamos tomar para realizar el viaje y dependían de la prisa y el presupuesto con el que contábamos. El más rápido y fácil sigue siendo subir cerca de casa a la Autopista Buenos Aires/La Plata para llegar rápido y sin vueltas pero debíamos pagar tres peajes de ida y tres peajes de vuelta lo que hacía imposible que sea el camino predeterminado, la siguiente opción era cruzar la mitad de la Capital Federal por las calles de Constitución hasta salir por el Puente Nicolás Avellaneda en la Boca y subir en Sarandí a la autopista lo que evitaba dos peajes, sin duda ese era el predeterminado aunque muchas veces lo combinamos con el más largo que nos llevaba sin autopista por el acceso Sudeste de paseo por Avellaneda, Dock Sud, Bernal, Wilde y finalmente Quilmes, las orillas sur del Río de la Plata tan vapuleadas por los intereses de los egocéntricos con poder. A la mañana me contaban en el colegio que los ingleses invadieron Buenos Aires desembarcando en Quilmes y por la tarde yo me embarcaba en el Renault para verlo con mis propios ojos. Al cruzar el puente que separa la Capital Federal del Conurbano Bonaerense mi vieja me dejaba el mando de la nave y así aprendí a manejar. Me fui relacionando con los chicos de aquellos de barrios que me hicieron ir conociendo la verdadera realidad de la Argentina extramuros, de la más vapuleada que mis compañeros de colegio (en muchos casos) tenían escondida debajo de la alfombra porque así es en la Capital Federal, tuve la suerte de que la escuela pública criolla me dio más posibilidades que las que tenían mis compañeros de equipo en el sur del conurbano donde era natural enterarse que el crack de alguna categoría moría asesinado en las calles del barrio sin saber si fue la policía por el simple hecho de ser del barrio. Volvíamos tomando gaseosa Cachorra de lima limón (la única que no era horrible) porque no podíamos pagar ni la Pepsi y comiendo alfajores Fulbito sin baño de chocolate, cargando 0,50 centavos de GNC y escuchando en bucle una canción de Los Piojos que gritaba: “lo mal que se vive, lo bien que se está” y así era, así fue, así lo sentí en ese momento, no me daba cuenta de lo que estaba sucediendo, de lo que venía porque aquel chico solo creía que podía salvarse atrás de la pelota. Fui un chico de la Capital Federal que fue recorriendo durante el año 2001 todo el sur del Conurbano cada día de la semana y el resto cada domingo que nos tocaba jugar en Jáuregui, La Plata, Morón, Merlo, General Rodríguez, Acassuso, Ensenada, Banfield, Florencio Varela o donde toque. Me parecía totalmente normal que la miseria se haga presente en cada barrio que pisamos y que la pelota nos haga olvidar de todo si es que el partido no terminaba a la piñas y la policía cercando a los chicos para que los padres se maten entre ellos sin tocar a los chicos. En aquel momento, todo parecía natural. 

Se fue acercando fin de año y la política no me interesaba, a mis viejos se les hacía cada día más difícil mantener la rutina aunque tampoco no lo trasladaban, en el colegio era frecuente que se deje de pagar el canon de 60 dólares/pesos mensuales que cada chico tenía, la milanesa de soja hizo su entrada gloriosa y le fue ganando lugar a la carne mientras nuestros viejos nos decían que eran riquísima cuando en realidad no había otra cosa, mi vieja se tomaba el tren hasta Ciudadela para poder comprar por mayor algo más de comida, los autos comenzaron a moverse todos a GNC y ni siquiera le cargaban nafta o gasoil para arrancarlos y hasta llegó a explotar alguna estación de servicio, Cavallo retornaba y López Murphy duraba quince días en su cargo, las zapatillas gastadas pasaban de los hermanos más grandes a los más chicos, se acercaba navidad y los árboles anunciaban estar vacíos, las hamburguesas para los cumpleaños venían más finas que los cortes de jamón y el fuego no cocinaba nada, los fideos con manteca y aceite se debatían el menú con buñuelos de arroz. los botines para jugar al fútbol se pegaban con cinta y los jóvenes no tenían futuro, las canciones de amor ya no importaban y les daban paso a los gritos de guerra, el ajuste neoliberal se hacía más férreo tirando de la soga hasta no poder respirar, los trabajadores comenzaron a tomar las fábricas y transformarlas en cooperativas, PepsiCo se adueñaba de Pehuamar, Kraft de Terrabusi, aparece la pseudo moneda “Patacón” de curso legal pero informal para que la gente pueda comer y una madre de un compañero del club le habla a la mía del Club del Trueque, una especie de mercado que se montaba en los clubes de barrio donde la gente llevaba una torta y la cambiaba por un litro de aceite o lo que fuera, un par de zapatillas por dos kilos de pan, se acerca navidad y las parrillas van a estar vacías y el que tiene para tirar un pedazo de vacío no le va a hacer gracia comerlo, los sueldos son bajos, la presión crece, yo era un chico, no entendía nada ni siquiera por qué mi cuerpo cambiaba y aparecían pelos donde no los había, los puentes por donde solíamos ir a entrenar cortados por neumáticos prendidos fuegos, banderas del Che agitando el aire, antes de salir al entrenamiento prendemos la televisión para ver por dónde podíamos ir, el Puente Pueyrredón imposible, pasamos horas atascados en el tránsito mientras algún conductor perdía la paciencia y se terminaba peleando con los manifestantes, otra vez el pueblo contra el pueblo, Cavallo prometía mantener la paridad entre el peso y el dólar, otra vez el club del trueque y esta vez traíamos tortas fritas que nos ponían contentos, en el colegio ya no se fijan si vamos en zapatillas o remeras que no tengan el logo del colegio, ni siquiera importaba la currícula sino que los chicos estén dentro del colegio, sube la tensión, navidad está cada vez más cerca y las predicciones ya ni siquiera auguran carbón, denuncias de sobornos en el senado para empobrecer más y más al pueblo, el sur se transforma en intransitable, no podemos salir de Capital Federal, el fútbol ya no importa salvo porque Racing sale campeón después de más de treinta años para seguir haciendo más extrañas las cosas, la policía se transforma en fuerza armada de represión, no se puede transitar, mis viejos nos prohíben salir, la montada agrede, el Quebracho se hace un lugar y la Plaza de Mayo se transforma una vez más en un campo de batalla como contra los ingleses, salimos todos a las calles de Flores y las caravanas marchan hacía la Plaza derecho por Rivadavia, movemos el auto a un lugar más seguro, Cavallo dice que solo se puede sacar 200 pesos por semana de los cajeros, la televisión muestra los camiones de caudales sacando la guita de los bancos del país, se llevan los ahorros, la montada agrede a las Madres de Plaza de mayo y ahí… ¡Bang! suficiente, nadie toca a las madres… explota la batalla, las esquinas de Flores prendidas fuego en neumáticos, saqueos, entran en los supermercados y los vacían, Cavallo se queda con los ahorros del pueblo mientras los que tenían el dato salen bien parados, fuego, fuego para navidad, violencia, resistencia, el Che, el Diego, Perón y Eva flamean en las banderas, la navidad ya no importa, el fuego del asado se transforma en el fuego de la resistencia, se colmó y explotó como un grano que no puede sostener el pus así de asqueroso lo que una vez más el pueblo tiene que soportar, yo… solo tenía catorce años y mis ojos presenciaban eso, ya no bastaba con jugar al fútbol para salvarme porque ya no había salvación…. Caminábamos por las calles de Flores aquellas tardes y la gente cantaba: -¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo! Aquellos días fueron asesinadas cuarenta personas, la más joven tenía trece años y solo tres eran mayores de treinta y cinco, una persona menor de lo que tenía en aquel entonces e incluso pocos mayores de lo que tengo hoy. Llegó navidad, una navidad tan triste como nunca más hubo, una navidad que dejó de importar porque el pueblo dijo basta porque todo cambió y lo que vino después fueron los momentos más felices del pueblo que viví, volvieron a la carga para destrozar nuevamente al pueblo, en ese entonces decidí irme y todavía no pude volver pero tengo la certeza de que seguiremos resistiendo desde el lugar en el que nos toque por la Argentina porque nunca será un país pobre sino un país saqueado por los mismos de siempre y reconstruido por el amor de su pueblo. Este año levanto la copa convencido que no se rendirán hasta vernos de rodillas pero nosotros hemos dado certezas de que preferimos morir de pie a vivir arrodillados y aunque sigan insistiendo seguiremos de pie.


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