Hoy me levanté más temprano de lo normal, es 17 de agosto y a nadie le parece importar o tal vez en mí signifique más de lo que debería significar, no lo sé pero una vez al año, en este día me siento a reflexionar en honor a Don José.
El otro día me encontré sin nada para hacer y decidí inventarme una prueba de difusión para investigar nuevas maneras de hacer llegar más lejos la música que estoy grabando con diferentes proyectos. Entré a mi Facebook y desde una fanpage que tengo abandonada comencé a transmitir música que me gusta a través de Spotify a modo de radio. Rápidamente y sin darme respiro llegó una notificación que me comunicaba que estaba infringiendo las normas y que mi video sería silenciado porque contiene música que es de la propiedad de Sony Entertainment y yo no soy quien para poder utilizarla. Un mar de bronca se hizo dueño de mis pensamientos, no por sentirme censurado sino porque la impotencia llegó a dominar la escena. Fue entonces que el teléfono sonó y me obligó a dirigirme a él, al abrirlo leí un mensaje de un colega diciendo que el único concierto que iba a dar en todo el mes en un bar del centro de Madrid quedaba suspendido porque frente a la situación actual se ordenaba cerrar todos los locales de «ocio nocturno». Vaya paradoja, pensé… Catalogan el rubro del cual soy parte como «ocio nocturno» y no elemental. Tal vez porque la mayoría de la gente se está divirtiendo mientras otros como yo están trabajando o puede ser que consideren mi trabajo como ocio y no como profesión (por lo menos no usaron la palabra «hobbie» que me molesta tanto como los comentarios sobre mi altura) pero al mismo tiempo los gigantes de la industria musical se encontraban protegidos con murallas legales antes la utilización de sus canciones.
Tal vez esa estrategia de estigmatizar los oficios les resulta bastante bien para tener la fuerza productiva en el lugar que la quieren: produciendo en china, repartiendo en bicicleta el capricho del que puede o armando cajas de Amazon que contienen productos de la fábrica «comunista» del mundo. Llamar a la industria del entretenimiento locales de ocio es minimizar el alcance de rentabilidad que esta tiene y de la que los poderosos mismos lucran. Gigantes multinacionales hacen millones de la divulgación de contenido. Imaginemos un segundo qué sería de nuestros encierros inducidos sin músicos tocando en nuestros teléfonos, sin discos completos a nuestra disposición, sin esas vidas dedicadas a que tan solo pongas play y te sientas un poco más acompañado en una sociedad que cada vez da más ganas de irse lejos y unirse a las filas de la naturaleza que sigue resistiendo. Creo que llegar a la situación en la que el rubro está tiene que servir para darnos pie a un repensar completo que tiene la obligación de empezar por nosotros mismos como profesionales ¿Qué es lo que nos hace llegar hasta acá y de esta manera? ¿Por qué nos encuentra sin convenios colectivos de trabajo en vigor, sin presencia del estado para regular nuestros salarios, sin poder justificar ingresos, sin poder si quiera dividir de manera justa las ganancias?
Spotify nos paga apenas centavos por las reproducciones aunque trate mal nuestra música que en la mayoría de los casos no esta bien catalogada y se deja afuera del negocio a interpretes, autores. técnicos y compositores de las reproducciones de cada canción que termina perteneciendo a quien sube el contenido sin posibilidad de reclamos. Estamos entregados a que cualquier mal intencionado pueda hacerse con años de trabajo en unos cuantos clicks o necesitar millones de reproducciones para que nos pueda significar algo. ¿Cómo debemos monetizar nuestro trabajo en estos tiempos los músicos que vivimos de tocar en vivo entre cien y docientas veces al año sin poder tocar ni una vez al mes? Es más que evidente la necesidad de actuar rápido para con un colectivo que ya de por sí es frágil y que está entrando al séptimo mes sin ingresos cuando parece ser que sentarse a tomar cerveza y comer pizza en un bar no contagia pero la misma actividad con música en directo es demasiada peligrosa para poder llevarse a cabo ¿o en realidad realmente lo que quieren es que grabemos con ocio y hobbie en nuestra casa para cobrarle al dueño del bar por pasar mi música por las plataformas digitales y que ese dinero se lo queden las empresas multinacionales?
Por eso es importante que el repensar sea completo. Los lugares donde suelen trabajar con la música en vivo también tienen que hacerlo porque les conviene de igual manera que a nosotros que la actividad esté regulada porque eso va a hacer que nuestras relaciones sean más profesionales y se refleje en el resultado del producto y juntos plantear la realidad de que no somos ocio sino una industria que genera mucho dinero y es que vital para la gente.
Creo, para finalizar, que una de las partes más importantes del repensar tiene que partir de los consumidores de música acerca de las prioridades y cómo gastamos nuestro dinero referido al entrenamiento porque tendemos a irnos mucho más fácil a pagarle a un sistema de streaming por una biblioteca de música para escuchar solo a los músicos que nos gustan que a comprarle el trabajo directamente al creador por el mismo precio que le pagamos una subscripción mensual al streaming. Este pequeño cambio en el comportamiento ya generaría un cambio sustancial en la situación porque con mil veces que se reproduzca tu canción en la plataforma no cobras nada pero vendiendo el disco mil veces se puede invertir para hacer más y mejores redistribuyendo el dinero que le entra a las multinacionales del entretenimiento en los creadores del contenido. No sé si servirá de algo pero a veces está bueno opinar y exponer los puntos de vista para que otros los tomen y los hagan mejores. Yo ya estoy repensandome.