Era un domingo a la tarde en una Buenos Aires hundida en el frío, acariciada por un sol tibio que la hacía hermosa. ¿El objetivo de este domingo? Ponerle caras a las palabras que vuelan en busca de esperanzas, de gritar lo que pasa; una especie de grupo de choque pacífico y cultural que pelea batallas noche a noche, día a día. Cada uno en su espacio, en su bosque, escondidos detrás de su árbol para saltar al ataque cuando menos se lo espera, sin lanzas pero con la necesidad de gritar contra la masividad generalizada de desinformación. La consigna quedó en el aire y volví hacia mi casa por las calles de Caballito que se transformaron en las de Flores. El viaje musicalizado por “Cosa de hombre”, de Memphis La Blusera, sonando desde mi Samsung ensamblado en China y ejecutado por mi cuenta de Spotify, esa “musiteca” interminable que ordena, preserva y conserva una cantidad de música tan grande como se pueda imaginar. La mayoría de los artistas de blues tienen su música dentro de esta plataforma, aunque hayan grabado en 1920, 1930 o en 2000; en Francia, Mississippi o Brasil.
Aquel disco, recuerdo, llegó a mí allá por los primeros años de vida. Mi viejo, arrastrado por la fiebre “noventosa” del CD lo había comprado y lo ponía cada día en el auto. Poco después, era yo quien pedía escuchar el disco en cada viaje mientras inspeccionaba el libro, las letras y las fotos que hacían del disco un todo. De esa manera, entonces, llegué a la música, llegué al blues que entró en mis sonidos y condicionó mi vida en cada decisión posterior; cada camino tomado o desechado, cada momento estuvo condicionado por la música desde aquel momento. Estamos siendo testigos de un momento bisagra, un cambio rotundo en la manera de componer, grabar, ejecutar, trasladar y compartir música, muy lejos de la venta de partituras y el viajar canto a canto de las canciones populares que se transformaban en clásicos y standars: “una que sepamos todos”.
Ya no hacen falta “conductores físicos” para que una música llegue a los oídos de uno o mil oyentes. ¿Dónde está lo realmente importante entonces: en el vehículo o en el destino? ¿Qué importa más: cómo ir o dónde ir? ¿Se pierde el “folklore” con el avance de la tecnología? ¿La música de raíz debe mantener esas tradiciones o ir por el camino que visualiza en el horizonte? Las respuestas son muy variadas. Sobre todo dentro de una música que vive de mantener sus raíces, de la improvisación, de grabar los discos en tomas en vivo, de no saber qué se va a tocar hasta tener que hacerlo, de cerrar los límites y no dar discusiones a qué es y qué no es blues. Así y todo, en su historia se destacan una y otra vez innovadores en un género que supo incorporar la electricidad, transformarse en rock and roll, en soul, en funk y hasta influenciar la música disco, el hip hop y el rap.
De esta manera, entonces, se desatan interminables discusiones dentro de la vida social del blues; mientras alguien destapa un vino y suena Ray Charles en vinilo en alguna reunión “blusera”, los músicos se debaten entre la “existencialidad” de estas cuestiones. ¿Hasta dónde la innovación respeta las raíces? En un mundo donde grabar música parece un trámite sin demasiados problemas, donde se puede grabar cada instrumento por separado sin importar dónde están los ejecutantes (pensándolo bien, hasta no hacen falta ejecutantes), donde se puede distribuir una grabación casera en cualquier parte del mundo con sólo llenar un formulario, donde la información y las posibilidades de elección son incontables, los músicos de música folklórica (cualquiera sea) buscamos encontrarnos en el equilibrio perfecto, en aprovechar las nuevas posibilidades sin perder ese sentimiento que la música de estilo derrocha en cada compás.
A modo de opinión personal, importa mucho más el destino, mucho más el lado bueno que los avances tienen. Aquellos músicos del siglo pasado estaban cargados de un oficio extremo, llegaban descubiertos por un agente a un estudio, se miraban y se presentaban (si tenían la suerte de estar acompañados) y cuando el técnico daba la orden de grabación contaban con algunos minutos de cinta analógica para dejar plasmado todo ese sentimiento sin posibilidades de “retocar”, una bala en el cargador para intentar escapar de la miseria que aquel mundo les proponía. Desde esa ventana pudieron saltar y alzar su voz tanto los esclavos afroamericanos y los cubanos en su grito de libertad, como Discépolo en su pluma o Tanguito en el nacimiento de nuestro rock. Hoy el mundo cambió y es otro, la música está totalmente digitalizada y una nueva música nace desde las bandejas, los mixers y los samplers, tal vez como resultado de un grito de libertad de las nuevas generaciones que tienden a olvidar el contenido folklórico de la música. Entonces reflexiono como parte de un movimiento totalmente empapado de folk del siglo pasado, en medio de la modernidad que nos toca vivir, sin responder a la discusión que cada uno debe plantearse y seguir su camino.
Al poner el punto final (y como si fuera parte de una escena guionada en la radio que está de fondo, mientras escribo estas palabras, en la que el conductor presenta una nueva banda de blues), mis ojos se abrieron como dos platos y me reposé para escuchar. Comenzaron las primeras notas de un clásico, “You gotta a move”, pero con un sonido moderno, digital, eléctrico, “computarizado” (“el nuevo blues”, dice entonces el conductor), y una mezcla rara se hizo cargo de mí: escuchar esos sonidos tradicionales de esa manera cayó para hacer más difíciles las respuestas a las preguntas que venían en mi cabeza (se trataba de North Mississippi All Star haciéndose cargo de “modernizar” aquel clásico). Mientras lo escuchaba viajé por Spotify en el tiempo para buscar versiones del mismo clásico y ¡caí en la cuenta de que esta modernización viene sucediendo generación tras generación! Me encontré con Aerosmith haciendo su versión con un sonido moderno para su momento y, más atrás, los Rolling Stones en el último año de la década del sesenta también sonando modernos en aquel entonces; Sam Cooke y Fred Mc Dowell lo han hecho antes. ¿Quién sabe cómo era antes este gospel espiritual que viajó de generación en generación sin ser grabado? Lo importante parece ser que terminan siendo los sentimientos y el mensaje que viajan con la música lo que sobrevive ante cualquier tipo de modernización. Así sea en vinilo, en casete, en CD o vía streaming, más allá del sonido, de la modernidad o la antigüedad de la interpretación, el mismo blues viene diciendo hace siglos: “podés ser alto, podés ser bajo, pero cuando el Señor esté listo, tenés que moverte”.