La necesidad de hacer un balance ante la llegada de diciembre parece ser obligatoria. Tal vez tenga que ver con el regreso del sol a su punto de partida pero mi ignorancia astrológica no lo puede afirmar. Pensé en varias alternativas para desarrollar algunas palabras coherentes y útiles para resumir las “aventuras” que debe atravesar un músico para ser considerado como tal por el ojo en general. No me salió.
Pensé, entonces, en volcarme a una moraleja existencial que deje en evidencia la desventaja del trabajador de la música ante la discusión de los contratos laborales y al intentar mantener su poder adquisitivo intacto pese a los avances de la inflación y el abandono sindical en mi Argentina. No lo logré.
Entonces surgió como desprecio de la máxima “no hay dos sin tres” o en apoyo a la triunfante “la tercera es la vencida” una posibilidad de ejemplificar el balance moral/económico constante que debe elaborar un músico en una sociedad que lo condena a una cantidad enorme de prejuicios instalados por años de extremismo diestro. ¿El ejemplo? yo mismo, “él músico”.
Últimamente no suena extraño que un trabajador corra detrás de los gastos de la vida cotidiana, que se haga tan difícil poder cumplir con las necesidades mínimas que la sociedad de hoy nos demanda. Mucho menos exótico es que no tenga amparo ante el poder de los que más tienen. Pero así y todo puedo elegir, tengo la posibilidad de elegir dedicarme a mi profesión.
Con el correr de este año tuve que aguantarme, entre otras cosas, que la encargada de un bar que lleva el nombre de un revolucionario peronista y brilla sobre la calle Guardia Vieja (sinónimo del pilar de nuestra cultura) se enoje, me trate de fracasado y le pida $300 a los músicos para sus gastos comerciales porque su bar estaba vacío la misma noche que en su escenario cantaba una artista que viajó miles de kilómetros para sentirse feliz en su mediocre escenario sin siquiera haber escrito con tiza “Hoy, música en vivo” en su pizarrón. Vi colapsar un bar de Palermo ambientado en la “Chicago del año 30” un martes a la noche con el show de un músico europeo. Hubo tanta gente que no llegaron a atender como se debía. Los pedidos se atrasaron tanto que hasta algunos nunca llegaron. Lo que sí llegó fue el delicioso momento de contar la plata, billete arriba de billete para que se dibuje una sonrisa demoledora en la cara de su partener por haber realizado una exitosa jornada laboral. Sin embargo, malas noticias. La suma no era la que su expectativa había generado. No coincidía la cantidad de gente con la cantidad de billetes que su cabeza había creado. “Fue una mala noche” dijo el dueño del bar con una cara de piedra que hubiera hecho pedazos de no ser tan importantes mis manos para calmar mi hambre diario.
Afortunadamente no fue todo malo. He trabajado mucho y materializado metas que se han hecho realidad, Incluso de las cuales nunca me hubiera creído capaz de lograr.
Una vez alguien me dijo que esto iba a ser un trabajo cuando gane plata. Muy certero, la lógica aplicada a la matemática. Desde entonces una de las mis metas más importantes fue tener un control más detallado sobre mi trabajo para, llegado el caso, poder certificar de manera fehaciente que esto sí, era mi trabajo. Cuántos shows, dónde, con quién, la paga, etc…. El resultado registró, entre enero y diciembre del corriente, un total de 145 shows en 7 países que albergan unas 30 ciudades. Grabé tres discos, acompañé en sus shows a 10 artistas internacionales y varios más de mi tierra, se consolidaron mis proyectos y grabé videos para producciones amigas. Intenté tomar el rol de mi propio productor, asesor de imagen, comunicador, prensa, sistema de venta de entradas, administrativo, diseñador gráfico, luthier, préstamo para pyme, manager, psicólogo y sonidista por prescindir de presupuesto. Recorrí más de 30000 kilómetros, trabajé con 40 grados de fiebre y vomitando… a las 4 de la mañana de un martes o las 10 de la mañana de un domingo. Falté al cumpleaños de mi novia, de mi vieja, de mi viejo, de mi hermano, de mis amigos y hasta el mío, simplemente porque estaba de gira o trabajando en el mismo restaurante de todo el año. Trabajé feriados, año nuevo y semana santa, no tuve vacaciones pagas ni pude viajar a ningún lugar sin que sea por trabajo. Pero lo mejor que me pasa es levantarme cada día con ganas de hacer las cosas que tiene anotada mi agenda, simplemente porque amo hacerlo y de eso se aprovechan los que buscan su beneficio. ¿De qué te quejas si haces lo que te gusta? Vos si que la hiciste bien, eh… vos sos un vivo bárbaro… ¿Te vas de gira y tenés novia? Estará pensando más de uno al leer hasta acá sin tener en cuenta que la moneda tiene dos caras. Y la cara que no ven es la que no alcanza para poder pagar las expensas que hasta el gato destroza cuando el encargado la tira por abajo de la puerta, no alcanza para mantener la moralidad intacta ante los ataques constantes de la realidad… No alcanza para poder elegir qué pedazo de queso comprar en el supermercado o para comprar un par de zapatillas si se rompen o un termotanque sin venderle el alma a un banco que ni siquiera da crédito a los músicos… Yo, tengo la suerte de poder elegir el camino, de tener dónde vivir, dónde pedir ayuda en situaciones extremas y no tanto.¿Cómo se desarrolla un músico sin esa condición? Así y todo, más allá de condiciones sociales, 145 shows no alcanzan,
¿Hiciste la cuenta de cuántos necesitas? -¡Que buena pregunta, es un gusto venir a tu programa! – Claro que sí… son necesarios 280 shows en un año para igualar el sueldo mínimo que marca el estado. La resta entre la cantidad de días del año y los shows necesarios no la voy a exponer porque me da vergüenza hacerlo. Si a esto le sumamos que, dadas las condiciones actuales, un proyecto encaminado tiene un promedio de 36 shows al año de los cuales cobrar en el 80% de las veces es un éxito. La distancia entre lo real y lo necesario es digna de ser atravesada con una canoa y unos remos del tamaño de un contrabajo de 10mil dólares. El balance, se hace muy extraño, los grises son enormes y cómo puedo contentarme por mis logros personales sin entender que no me está sucediendo lo que le sucede a la gran mayoría de los músicos.Cómo puede desarrollarse la cultura si un músico tiene que trabajar más días de los que existen para poder mantener los gastos básicos de un hombre de mediana edad, sin hijos y dueño de una propiedad heredada. Cómo puedo contentarme si basta con romperme un dedo jugando al fútbol para que tenga que suspender mi trabajo y quede sin obra social a la deriva de la buena voluntad de mis más cercanos. Cómo puedo contentarme si ni siquiera existe la profesión de músico para inscribirse en el monotributo. Cómo no llenarme de felicidad al salir a tocar en escenarios hermosos escondidos en ciudades extrañas representando un país que supo tener a Fangio, Piazzolla, Favaloro, San Martín, Maradona, Oscar Alemán… podría seguir hasta perder el hilo. Cómo no sentir vibrar el pecho al compartir un blues con artistas que vi en un teatro hace siete años con la boca abierta de admiración, Cómo puedo pensar en un balance negativo con tanta cosa soñada delante de mis ojos y archivada para siempre en mi memoria.
Termina conmigo intentando dormir una noche en el medio del trabajo constante, después de que la persona que más me ama me aconseje que pare, antes de iniciar una gira con un músico de Estados Unidos, después de este año soñado, antes del próximo que ya estaré despierto. Me levanté, no pude soportar a mi cabeza dando vueltas, y comencé a escribir un balance pensando que intentaré conseguir algún puesto para trabajar de administrativo en un museo, de esa manera sentiré que no pierdo el tiempo mientras lucho para sobrevivir en mi país sin olvidar mi profesión. Aunque tal vez, me sienta un extraño en mi propia ciudad y el camino sea otro.
El balance real, es personal.