Mientras armaba las valijas para viajar, nuevamente, al circuito europeo de blues, me llegó una consigna, un disparador, casi sin esperarla pero no sin buscarla. Me senté, respiré y me dejé caer en el respaldo de la silla. El disparador quedó rebotando en mi mente. “No hay nada nuevo bajo el sol”, hablando de música y de sol en la misma oración, hablando de amaneceres musicales, de lo que viene, del nuevo día que comienza.
Lo primero que hice fue juntar estas dos fuentes de energía como si fuese un científico que busca la reacción esperada al mezclar el uranio y el oxígeno. ¿El resultado? Se presentó ante mí (sin relación aparente) una parte de un tema que me acompañó en mis primeros pasos: Ricardo Mollo gritando “cae sobre mí la lapicera del periodista que se muere por tocar”, en su contestataria “Paraguay”; desde ahí nació mi reflexión.
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Decir que no hay nada nuevo bajo el sol, que no existen nuevas propuestas o nuevos horizontes dentro de nuestra amada música argentina sería un error enorme. Los tiempos van cambiando y el arte se encuentra cada día más controlado por el poder del comercio, no se puede crecer desde las tinieblas sin tener un video de alta calidad en las redes. Todo entra, cada vez a pasos más agigantados, en la lógica marketinera que la “descomunicación” nos propone, como la salvación de una humanidad cada vez más humanizada y menos instintiva; esa dinámica diaria que se parece más y más a la novela de Huxley, Un mundo feliz, también influye en la música.
No me parece que se trate de que no existen nuevas propuestas, sino de que las nuevas propuestas masivas están vacías de contenido. Ya no importa qué tan bien tocás un instrumento, sino qué tan mal se puede escuchar en un parlante diminuto de un celular que recorta los graves como si la banda estuviese dentro de una lata de gaseosa, de esa misma gaseosa que domina los festivales, que domina los mensajes, que tiene cuentas millonarias en el mismo banco que produce los shows más grandes de los festivales más grandes. Lamentablemente, el business (cómo les gusta decir a los que se dedican a esa actividad) avanzó destrozando los contenidos, las inspiraciones, los mensajes, el análisis social, el grito de necesidades, esa hermosa comunión entre la música y los que bailan al ritmo de sentirse identificados. Parece una irónica mentira que desde las calles del patio del imperio, desde unos de los lugares que más sufrió el avance de la ambición imperial, desde el lugar más hermoso de América, nazca la nueva tendencia musical que genera millones de dólares entre yates, mujeres como objeto, fiestas falsas, motos de agua y letras sin letras, música sin música, millones de dólares generados por latinos que no quedan (y lo digo sin miedo a equivocarme) en Puerto Rico o República Dominicana.
Por suerte, sin embargo, existen muchas “alcantarillas”, mundos subterráneos que resisten con música desde los bares más perdidos de Buenos Aires llenos de “gente igual a la gente, pero distinta”, como dijo Sandra Mihanovich en aquellos años en que el rock argentino florecía con la democracia.
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En este momento es donde llega a la reflexión mi conocimiento de una “alcantarilla” bastante especial del submundo porteño: el blues. ¿Cuánta gente sabrá lo que pasa con este estilo de música en nuestra ciudad? ¿Cuántos estarán al tanto de que el grito de los más oprimidos sigue dando de qué hablar en el mundo? ¿Cuántos tendrán conocimiento de que el circuito porteño de blues es respetado a nivel internacional?
Casi a diario (y digo “casi” porque los músicos también descansan) algún bar de Buenos Aires recibe a artistas de blues de un nivel sorprendente, pero lo más sorprendente no es el nivel de calidad, sino de cantidad. Podría pasar horas citando ejemplos de argentinos que brillan en el exterior. Todos los años, Europa, Brasil, México, Estados Unidos y Rusia reciben a estos músicos que gran parte del año pasan desapercibidos en una Buenos Aires que los ignora; esos mismos que cierran festivales de blues multitudinarios, que acompañan a leyendas del blues en sus giras latinoamericanas, que giran por la tierra ajena con la dignidad y la frente alta, son maltratados en su propia casa por los dueños de los escenarios, algunos productores y la vista gorda de los medios masivos de comunicación, a los que sólo se puede acceder con dinero para que un agente de prensa acomode a periodistas que escriben lo que las gacetillas dicen.
Sin embargo, este mundo subterráneo está creciendo a pasos agigantados gracias a varios grupos de músicos y amantes del género que trabajan incansablemente. En poco tiempo va a cambiar y, nuevamente, no tengo miedo a equivocarme.
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¿Cuántos creen que los domingos son depresivos? En el Abasto no lo son para nadie, más precisamente en el Conventillo Cultural, en donde cada domingo se desarrolla una jam session que sería de las más famosas si ocurriese en los años cincuenta en algún club de Chicago o Nueva York. Blues en Movimiento es la agrupación encargada de su gestión. Lo hermoso y distintivo de esta jam es que ninguno de estos mini conciertos parecen improvisados: resulta un buen comienzo para meterse en el mundo del blues, que hecha sus raíces en diversos ciclos.
Pero los miércoles son el día por excelencia para poder disfrutar del espíritu del blues. Blues en movimiento aplica en Libario la extensión de sus domingos bluseros, una especie de 2.0 descargado de tu teléfono donde podés ver, ahora sí, las bandas estables de los músicos que pasan los domingos a distenderse e improvisar. Al unísono y a escasas cuadras, en El Universal, se desarrolla la Open Blues, un espacio el que se disfruta del blues acústico más primitivo, sin cables ni amplificación. También en Valinor Irish Pub y Mr Jones, ambos en Ramos Mejía, los miércoles se respira blues.
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Podría pasarme horas hablando del gran circuito que se está gestando, desde hace ya varios años, en Buenos aires, pero a esta altura ya tengo casi lista la valija y posiblemente vuelva a leer esto a punto de volver; tal vez, cuando lo haga, las cosas hayan cambiado y los proyectos argentinos de blues puedan consolidarse definitivamente en su tierra tanto como afuera. Tal vez sea utópico, pero que haya sol, que siga habiendo sol como pronosticó la consigna me llena de esperanzas.
El sol sale y muchos proyectos de blues argentino están girando por el mundo mientras en Buenos Aires se mantiene el nivel de conciertos sin siquiera extrañar a los que parten en busca de mejores horizontes. Es posible que, sin una reacción a tiempo, muchos músicos del género abandonen nuestra tierra para instalarse en los circuítos que tratan mejor a los que dedican su vida al show; aunque dudo que, si esto sucede, muchos se enteren. Estamos a tiempo.
Aparece ahora en mi mente algo que me contó alguien pero no recuerdo quién. Resulta que le preguntaron a BB King por qué hacía trescientos shows al año; él, sonriendo, respondió: “es la única manera de mantener viva mi música, en la radio no la pasan”.
Este articulo fue publicado en la revista digital «Por las tramas»
El blues: en el sótano de casa y en la terraza del vecino