el tristemente recordado Reinhard y su amor por Wagner.


Existen personas que buscan quedar en la historia de tal manera que su nombre sea recordado por siempre. Una vez escuché decir por ahí: «mientras te recuerden vivirás». Lamentablemente los que anhelan incondicionalmente ser recordados no les importa de qué manera. Llegaremos al acuerdo que tanto el héroe como el villano son protagonistas en la historia y que mientras más grande es el villano más grande tiene que ser el héroe para derrotarlo. Esto trae consigo una necesidad mutua, tienen que convivir y retroalimentarse para que ambos sean recordados. En definitiva ambos lo buscan y tanto el que quiere salvar al mundo de todo mal como el que quiere hundir al mundo en todo mal, añoran el mismo resultado; el reconocimiento.


Comenzamos la historia hablando de un chico alemán que nace en una familia «de clase» bien acomodada y con llegada a los sectores más aristócratas de la sociedad europea de comienzos de siglo XX. Una sociedad que se debatía entre los valores que habían gobernado durante siglos y una nueva visión de las cosas. Se debatían entre el poder de la realeza y los caminos de la democracia. Una sociedad que veía como emergían ideas de libertad mientras un desquiciado mataba judíos como si fuera el César con el águila de Roma como señal de poder. Antes de decidir entre comunistas y capitalistas había que matar a Hittler. Y así lo hicieron.


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Nuestro personaje, entonces, fue hijo de una pareja de músicos clásicos de un reconocimiento que les permitió vivir respetados en su tiempo pero olvidados en lo inmediato. Dirigían su propio conservatorio al que llamaron «Conservatorio de música y teatro de Halle» donde enseñaban las piezas de los más talentosos músicos clásicos, entre ellos el amado Wagner.

Reinhard, el muchacho en cuestión, se crío con la música como principal estímulo. Dicen, los que saben, que su talento con el violín era sorprendente, así también como su facilidad para las ciencias y los deportes, básicamente cada disciplina en la que se interesaba la desarrollaba con talento. Tal así fue que decidió unirse a los objetivos Nazi para poder ayudar en lo que él creía era la causa correcta.


Su gran desempeño lo llevó a ser el líder máximo de Bohemía y Moravia (hoy República Checa), algo así como una especie de virrey, si consideramos a Hittler como un Rey (así, y con mayúsculas, era como lo consideraban). Reinhard un día tuvo una gran idea, se le ocurrió, tal vez mientras tomaba el té o le hacía el amor a su mujer: «Vamos a germanizar a las alimañas checas» y ordenó clasificar de manera racial a los Checos que podían y no podían ser «germinizados». Algo parecido a lo que hacen los que crían perros de «raza» y se ocupan de que los pobres caninos depositen su esperma en la hembra indicada para que la cría sea realmente pura y no sea cosa que le salga con el pelo apenas ondulado si tenía que ser lacio. De esta manera mantener el perro con el certificado de raza correcto, un sello en un papel que documenta la pureza del animal. ¿Qué hace esto? ¡Pues Obviamente querido! Cuadriplica su valor de mercado… Pero me estoy dispersando, sepan disculparme. Reinhard, retomando el eje, no tuvo mejor idea jamas, «Que los hombres alemanes puros, fertilicen a las mujeres checas que tenían descendencia alemana, y nada de artificialmente ni de preguntarles si quieren ser penetradas» (esto no es un extracto textual de sus palabras pero puedo imaginarlo escuchando un pianista y diciendo las palabras en un alemán perfecto). Con las que no tenían la adecuada descendencia podemos imaginar que pasó.


Cuentan, también, que una de sus primeras medidas al hacerse cargo de

Praga fue matar a 93 bohemios (hoy checos) al azar y pegar sus nombres por todos lados en un cartel hermoso que habrá diseñado algún artista talentoso que apoyaba la causa nazi y le encantaba pasearse por las fiestas que, el mismo Reinhard organizaba en la ópera. He aquí el enlace que necesitaba para contar lo que realmente quería contar. La historia curiosa dice que, el ahora odiado Reinhard, era amante y talentoso intérprete de la música clásica, por lo tanto, una de las primeras cosas que visitó de Praga fue la ópera. Un hermoso edificio, de esos enormes que tienen un decorado con incontables detalles que parecen excesivos, una maravilla arquitectónica con la que se pudo haber alimentado miles de checos pero que igualmente decidieron construir y que todavía hoy nos sigue maravillando, el río Moldava pasa por uno de sus costados para terminar de convertir el edificio en la postal de la ciudad.

El jefe nazi recorrió el perímetro de la ópera observando las estatuas de los compositores clásicos que la adornan a modo de homenaje. Miraba maravillado los rostros inmortalizados de sus ídolos pero… el desastre ocurrió cuando observó que Wagner (compositor supuestamente adorado hasta el fanatismo por Hittler) se encontraba al lado de un compositor judío que ni se animó a nombrar. Los judíos no tenían semejante talento para poder componer música clásica. Con un grito lleno de cólera llamó inmediatamente a dos oficiales nazis para que suban al techo e inmediatamente, empujen la estatua de ese judío asqueroso que sabrá Dios por qué carajo está al lado del gran Wagner. Los podres oficiales sin poder, subieron corriendo al techo de la ópera y llegaron a la estatua que Reinhard les había señalado desde abajo, pero….. pequeño detalle, los podres chicos alemanes no sabían nada de música clásica, mucho menos de quién era Wagner o quién era el maldito judío asqueroso y repugnante… Miraron hacía abajo y Reinhard ya había dado la vuelta y se alejaba con las manos detrás como un verdadero jefe nazi. Se miraron y una mezcla de terror y risas se habrá mezclado en sus ojos, discutieron sobre qué hacer, uno de los oficiales, intentando ser audaz, tuvo la idea de mirar los rostros de las estatuas y decidir cuál tenía más cara de judío de los dos, para mala suerte de ellos… Wagner era narigón y creyeron que era el indicado, lo empujaron al abismo.

Al escuchar el estruendo del pedazo de mármol contra el piso, Reinhard se dio vuelta contento para ver, ahora sí, la ópera sin judíos en el techo y los restos de Mendelsshon en el suelo…. aunque no fue tan así, el judío seguía ahí, disfrutando de la hermosa vista del río y Wagner hecho pedazos. Eso a Hittler no le iba a gustar.

Cuentan que «el carnicero de Praga» giró silenciosamente e hizo fusilar a los soldados por ignorantes pero antes, subió el mismo y empujó al maldito judío mientras ordenó que reconstruyan la estatua de Wagner pero esta vez en oro.

Vale aclarar que no tengo ninguna certeza de que todas estás palabras estén en lo cierto pero como parte de un mito me encanta contarlas.


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