Caminando en una primavera olvidada


 

        Anoche volví con la certeza de cumplir un sueño… un sueño que día a día parece más grande y no terminar. Hace unos años solo escribía acerca de un alma muerta, muerta en vida, olvidada en los avatares de un amor que no valoraba mi convicción, mi deseo y mi decisión. Con el tiempo mi alma se llenó de callos que no hicieron más que endurecerme, estuve duro de verdad pero salí, estuve deprimido pero salí… salí y decidí perseguir la vida con valor aunque no explotó mi cuerpo de felicidad como creí que sucedería. Aquel chico inocente que disfrutaba de imaginar historias y jugaba a adivinar las capitales de las banderas que veía en un atlas se transformó en un hombre, aquel chico imaginaba viajar por el mundo, este hombre lo está haciendo pero nada es como imaginaba ese pequeño inocente. Una sociedad que me  ignora, que me vio nacer y crecer, perder  finales de ajedrez, de natación, de futbol  e incluso de literatura, una sociedad que llena de murmullo el aire mientras intento tocar un poco de la música que me lleva por el mundo. Salí esta mañana con optimismo, ayer sentencié volver a salir del país para mostrarmr, para mostrar mi música, ya parece natural.

             Al salir de mi casa el sol me acarició, sentí en el aire que se venía el buen tiempo, la gente caminaba llena de colores, sus remeras rojas, amarillas, verdes, trajeron a mí a los antiguos hombres.

         ¿Por qué el hombre ha modificado tanto su entorno? Imaginé aquellos años donde la primavera llegaba porque las plantas se vestían de gala, porque el sol se ponía tan claro que hacía del agua un espejo, los animales que se escondían durante el invierno comenzaban a asomar sus hosicos. Hoy todo parece igual, flores de papel, campos en una pantalla, vientos artificiales, cemento, humo, ruido y sobre todo, sueños destrozados al por mayor. Miro la gente a la cara mientras camino, llevo otro ritmo, es lunes o martes tal vez, no lo sé bien, mi vida me llevó a perderme en el calendario. Todos los días son iguales para mí. La cara de esas personas denota cuántos sueños tienen destrozados mientras corren, corren para no perder un colectivo al que no le entra más gente. La caminata me lleva a un centro comercial. Miles de negocios (miles literales) se abarrotan uno al lado de otro vendiendo ropa, vendiendo imágenes. Esa ropa se parece a la que da estatus, a la que te pone bien ante los demás, al igual que si viviéramos en la Roma antigua.

      Pero estos negocios la venden mucho más barato que el resto de la ciudad, casi como para que la mayoría de la gente pueda mostrarse a la altura de las circunstancias sociales. Las mesas en la calle se llenan de gente discutiendo de política, deportes y la vida de personajes públicos, me sacan una sonrisa al escuchar como debaten ante la posibilidad de proteger la industria nacional, aunque siempre hay alguien que quiere lo contrario.

        Seguí caminando sin dejar de lado que los sueños cumplidos no me llenaban el alma, nunca imaginé caminar por las calles de Francia con mi bajo a las espaldas y no contar con agua caliente para bañarme casi al unísono. Los colores, entonces, no aparecen en la naturaleza sino en las grandes ciudades, aparecen en el hombre, el hombre intenta recrear esa herencia que mantiene de su época animal, el mercado de ropa se mueve como si fuera un puerto y siempre hay alguien esperando el momento adecuado para sacar ventajas como si fuera un zorro que entra por la noche a un gallinero, pese a que está seguro de vencer. Las gallinas no tienen ninguna posibilidad ante un zorro, solo les queda gritar y gritar y gritar para llamar la atención de una naturaleza que le da la espalda, que la ignora totalmente. El zorro, que podría matarla con los ojos vendados, ingresa mientras el silencio se hace cargo de la noche y la oscuridad reina con los miedos como guardia real. Al gallo solo le queda morir como un héroe, eso lo llena de gratitud, más que la muerte. El honor que nace cuando la gallina lo ve morir por defender su lugar, eso es suficiente. Me voy, en pocos días vuelvo a dejar mi ciudad, como si fuese un gallinero. Invadidos por la formación de opinión, por la demagogia política, por la deshumanización de los conductores, por la corrupción, por el desequilibrio de posibilidades… ignorado… sin valor, me voy a otra tierra donde me valoran un poco más, parece increíble pero es real, ya no encuentro consuelo en hundirme en una utopía revolucionaria que termine con los zorros porque en definitiva el zorro entra solo a un gallinero de cientos y cientos de gallinas que organizadas lo vencerían sin demasiados problemas pero el miedo paraliza. El miedo traba las articulaciones mucha más que las fracturas.

          El gallinero donde nací me ignora, prefieren ver a los zorros sentados en el medio mientras las gallinas le preparan de comer banquetes a base de sus propios pollos, sirven a sus hijos en bandejas para que los zorros se llenen el estómago, se suben a los trenes como ganado, se suben a los colectivos tratando de no caerse de las ventanas. Voy llegando a destino y veo un hombre de unos ochenta años haciendo cola para pagar impuestos, ahí estamos, toda la vida pagando tributo para que unos pocos paseen por Estados Unidos enviados especialmente para ver cómo los que más tienen se hacen con el poder del mundo… esos viajes, esas mansiones, esos autos, esos plásticos implantados en cuerpos, esos lechones a fuego lento, esos vinos de uvas exclusivas se re recaudan en el tributo que pagamos a diario… Porque el zorro también evoluciona y una día, en lugar de entrar al gallinero y matar unas cuantas gallinas las amenazó con atacarlas si no le daban comida entonces, ellas, prefirieron entregarles algunos pollos y vivir sin miedo. El miedo, es el problema que hace que las caras que vi durante todo este recorrido sean tristes, el miedo es el que hace que los zorros manejen a las gallinas aunque sean menos. Me voy, nuevamente, tal vez esta sea definitiva, tal vez no. Llegué a mi casa, prendí la radio y escuché una avalancha de invitaciones a consumo desmedido para festejar el nacimiento de un revolucionario que cambió el mundo, un hombre que salió desde los rincones más olvidados de la sociedad, que se plantó delante de un poder que te hacía cagar encima, que intentó hacer justicia social, que lo mataron y lo tomaron como símbolo de una institución que nunca siguió sus palabras y solo soñó con dominar el mundo como un personaje loco de dibujos animados. Me senté destruido, abatido pese a tener mis sueños cumplidos, agarré un libro y lo abrí al azar y, justamente, como obra del mismo azar se me presentó una frase delante de mi nariz que ignoro su veracidad pero apareció como arte de magia: “Pero Jesús les dijo: —En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra y en su propia casa.”


 

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