Me críe entre las historias orales de barcos llenos de gente muy pobre proveniente de la devastada Europa. Entre esos mis antepasados escapaban de Sicilia como podían intentando soñar con un futuro en el aunque sea se pueda comer lejos de la guerra. Llegaron a Buenos Aires
que recibió manadas y manadas de gente desesperada sin importar su procedencia, su pasado ni sus papeles, incluso algunos obtuvieron un nuevo apellido para que su vida comience de nuevo. Los de ambos bandos encontraron un refugio en un país enorme con lugar para todos.
Aquellas historias que escuchaba de chico parecían quedar en el pasado y nunca imaginé que se podía repetir. Pasaron décadas y décadas, crecí y me tocó a mí tener que volar para buscar crecer, no en lo económico porque el dinero nunca fue una prioridad para mí y sigue siendo así, estoy convencido de que el dinero solo trae más insatisfacción. Sin embargo la música fue el motor de mi movimiento, la búsqueda de una satisfacción sentimental, un sentirme realizado y correspondido al latido de mi alma pero el mundo no para de defraudarme. No son pocas las veces que me detengo solo a observar a mi alrededor, es un ejercicio que me gusta de la misma manera que me indigna. Esta vez fue en el aeropuerto de Ibiza, aquella isla que ya visité muchas veces más de las que hubiera imaginado, lo que nunca imaginé fue que sea como es.
Las manos me duelen de tocar horas y horas, los dedos llenos de callos hacen que me cueste, incluso, presionar en la pantalla fría las letras que suplantaron las máquinas de escribir y las plumas pero no pueden reemplazar el sentir. Observo, en silencio, espero el vuelo que me llevará
a Madrid, estoy sentado tomando un café que salió 3€ y que tiene un sabor valorado en 0,50€, entre la mesa en la que estoy y la de al lado solo hay espacio para que una sola persona logre pasar con una valija, una chica rubia que venía hablando en un idioma que no identifiqué pero con seguridad proviene del norte de Europa se encuentra de frente con una chica morena que intentaba pasar por el mismo lugar, esta última se detiene y espera a la reacción de la rubia que sin dudarlo, la mira a los ojos con una mirada que denotó superioridad y avanzó con la seguridad que te da la prioridad de paso porque solo vos lo decidiste, por la superioridad misma con la que la naturaleza te dio ese poder de nacer en el lugar correcto, la morena, en cambio, se sorprendió por el arrebato y cedió, me miró buscando una mediación y yo solo pude hacer un gesto de desprecio hacia la actitud de la estirada que como le debe pasar muy a menudo salió con la suya.
El aeropuerto de Ibiza en pleno agosto es de las peores cosas que conocí en España. La gente oriunda de la isla se ve totalmente invadida por una marea de gente con sensación de superioridad en busca de grandes experiencias en las que gastan fácilmente dos jubilaciones en un par un de días, en este último viaje hasta me han comentado que “no queda mucho para que esto explote” mientras los trabajadores duermen en camionetas para serviles sus langostas para cenar mientras bajan de sus barcos y los músicos con un cansancio extremo no pierden nunca la sonrisa ni para intentar disuadir a un loco que quiere trepar el escenario con una armónica para unirse a los profesionales sin descaro o entablar conversaciones forzadas con el público de turno que pregunta lo que sea que se le cruce por la cabeza mientras se acercan con monedas como si intentaran comprar más canciones en una vieja rockola.
Sin embargo, después de muchas veces en esta isla, esta vez llegué al aeropuerto con esperanza, con la sensación de que no todo está perdido, de haber trabajo con gente con una manera de vivir y vibrar más cercana, con gente con la que quiero seguir avanzando, con la sensibilidad de compartir el viaje lejos del sálvese quien pueda que viene reinando entre los colegas del mal llamado “primer mundo” donde la mayoría se despelleja por migajas en medio de la abundancia, pocas cosas son más lamentables.
El embarque fue caótico, el mal humor se adueñó de mí, llevaba mi bajo desarmado, guardado cuidadosamente, llegué temprano para subir primero y poder acomodarlo a resguardo y sentarme en un asiento en el que mis piernas no entran solamente para que haya más capacidad de facturación, me tocó la última fila lo que me permitió observar el ingreso de casi todos los pasajeros, cuando ya estaba promediando el ingreso, llegó uno con poco pelo, una Mac en la mano, una chomba Lacoste negra y una bermuda marrón haciendo juego con sus mocasines, hablando en inglés con su pareja que por más maquillaje y perfume que llevaba no podía mejorar lo que la naturaleza le dio, vio que no había lugar en el compartimento para las valijas donde estaba mi bajo, apoyó su Mac sobre el asiento, subió su valija y presionó tanto que aplastó mi clavijero sin reparar en lo que hacía porque solo le importaba sus intereses, lo miré desafiante pero no se fijó en mí porque poco le interesa su entorno y así va por la vida, no le dije nada aunque ganas no me faltaron, pensé en pararme al lado e intimidarlo con mi tamaño pero también desistí porque finalmente por más que lo intente no lo va a entender porque, claramente, no le importa nada de lo importante de la vida. El mediterráneo desapareció de mis ojos mientras el avión ingresaba a la península hasta que el sacudir del aterrizaje me hizo darme cuenta que el
viaje pasó sin que levante los dedos y los ojos de la pantalla escupiendo mi sentir.


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